Yo no creo en fronteras: para mí no debería haber ninguna. Tampoco creo en Estados. Y menos en los que están gobernados por sátrapas psicópatas y ladrones que juegan con los ciudadanos enfrentán-dolos unos contra otros. El tema de Catalunya ha servido como cortina de humo mientras algunos de ellos (supuestos responsables políticos que se creen muy espabilados pero que ya no engañan a nadie) daban órdenes para quemar pruebas judiciales; mientras, otros hacían grandes negocios vendiéndose el país; y los demás se llenaban los bolsillos con sobresueldos. Y eso ha sucedido a ambos lados del Ebro. Escuchad: los partidos políticos no son democracia; forman parte de este SISTEMA QUE HAY QUE CAMBIAR. La enfermedad más grave que sufre España es la corrupción de todo el sistema. Os aseguro que no podemos esperar soluciones de los mismos que nos han llevado hasta el punto en el que nos encontramos ahora. Por lo tanto, mientras sigamos obedeciendo, vamos mal.
Precisamente por ese motivo, la desobediencia que vi en las calles me gustó. Era sana. Era solidaria. Era comunal. Las diferencias se diluyeron porque se antepuso el bien colectivo. Primero eran las personas y todo el mundo se olvidó de las diferencias políticas. Me gustó porque me di cuenta de que la voluntad ciudadana está viva y por lo tanto es recuperable.
¿Es nueva esa fuerza? No, en absoluto, es tan vieja que forma parte de la misma naturaleza humana. Lo que sucede es que la hemos olvidado porque nos han hecho creer que nosotros solos no sabemos gobernarnos. La tenemos desde el tiempo de los iberos, nuestros ancestros que se reunían para decidir en la Casa Gran, es decir, se ayuntaban en el Ayuntamiento. Eso era y eso debería seguir siendo esa institución municipal: el espacio comunal donde hombres y mujeres toman las decisiones del grupo. El Comú o espacio comunal fue la manera propia y natural de regirse hasta hace relativamente muy poco. Cada vez que venían invasores (romanos, árabes, visigodos, franceses y borbones) imponían sus leyes, sus reinados y sus impuestos. Pero cada vez el pueblo se ha revelado, porque no es natural que nos subyuguemos al poder de una casta. Todos los imperios están condenados al fracaso, todos acaban cayendo por degeneración y corrupción. Porque nada de lo obtenido por la fuerza es sostenible. Estamos en un momento de caída del imperio: el sistema capitalista y su ideología debe llegar a su fin. Y somos nosotros los que debemos empujar para que se produzca el cambio.
¿Cómo vamos a hacerlo? Evitando cometer los errores del pasado. Tenemos que iniciar una auténtica re-evolución consciente para construir el mundo que queremos, pensando de manera distinta, aplicando la ética y los valores universales humanos como parte indisoluble de la nueva consciencia del siglo XXI. Cultura, ética, justicia, solidaridad, paz, lucidez, respeto mutuo y comunicación no violenta deben ser algunos de los pilares de esta nueva sociedad.
¿Utopía? Ni hablar. No os dejéis engañar por el discurso de que los humanos son así y de que no podemos luchar contra el poder. ¡No os lo creáis! ¡Es mentira! El poder está en nosotros, somos muchos más que ellos. Cuando nos unimos, podemos organizarnos. Y entonces no sirven de nada sus mentiras ni sus amenazas. Ni siquiera nos pueden detener sus porras. ¡Somos demasiados para que nos amenacen llevándonos como a ovejas asustadas de vuelta al corral!
¿Cómo vamos a empezar esta re-evolución? Desde cada uno. Hemos de aprender a pensar (dejar de creer en lo que nos dicen que hemos de pensar); hemos de aprender a hablar (darnos cuenta de cómo utilizamos el lenguaje y cómo lo utilizan desde las élites); hemos de aprender a responsabilizarnos de todas nuestras acciones y decisiones (no valen las excusas: empieza a elegir dónde compro, qué quiero comer, qué hago con el dinero, con quién me relaciono, qué sostengo con mi trabajo…). ¿Parece poco? Es muchísimo: pensar, hablar y actuar desde los valores y la ética es empezar a vivir tu libertad.
Si empiezo por mí y aporto mi parte, este va a ser un cambio imparable.
Necesitamos recuperar la confianza en el poder de las personas, en la capacidad del cambio social. Pero no vamos a esperar a que surja un nuevo partido político. No otra vez. Ese error ya lo hemos cometido muchas veces y no vamos a quedarnos mirando mientras la pelota va de campo en campo con nuevas elecciones, promesas, exigencias y engaños. Será necesario un cambio profundo legislativo, desde luego, pero primero hemos de cambiar nosotros. Hemos de utilizar la inteligencia desde el corazón.
Viene un temporal en el que cada partido querrá tener razones para convencer a los ciudadanos. Tenemos que mantener la ecuanimidad sabiendo que los partidos parten, dividen, enfrentan y utilizan las creencias y el sentido de pertenencia para despertar en nosotros respuestas viscerales. Recordad: los partidos políticos no son democracia; forman parte de este SISTEMA QUE HAY QUE CAMBIAR.
Viene un temporal en el que cada partido querrá tener razones para convencer a los ciudadanos. Tenemos que mantener la ecuanimidad sabiendo que los partidos parten, dividen, enfrentan y utilizan las creencias y el sentido de pertenencia para despertar en nosotros respuestas viscerales. Recordad: los partidos políticos no son democracia; forman parte de este SISTEMA QUE HAY QUE CAMBIAR.
Así que mantengamos la calma en medio del caos. Los buenos marineros se hacen con las tormentas. Cuando la mar ruge, toca recoger velas y capear el temporal.